Miami, lunes 27 de junio de 2022 (Por Lautaro Bonino). Hace unos meses terminé la titánica obra “La riqueza de las naciones”. Libro fundacional del estudio de la ciencia económica. La misma fue publicada en 1776, año histórico, por cierto, donde también fue creado el Virreinato del Río de la Plata, y se llevó a cabo la declaración de independencia de los Estados Unidos, entre otros sucesos. Su autor fue, como la mayoría sabrá, Adam Smith, miembro de la Ilustración escocesa junto a hombres como David Hume, James Watt o Adam Ferguson.
Explicar la importancia de la obra en cuestión en esta humilde crónica será una tarea casi imposible, por lo que intentaré desarrollar los conceptos más importantes.
1) Las causas de la riqueza, y la mano invisible:
“La riqueza de un país no procede de sus recursos, sino del trabajo que en él se desarrolla”. Smith definió a las naciones más ricas como las capaces de producir la mayor cantidad de bienes y servicios. Fue el primero en explicar lo que él denominó como la “División del Trabajo”, institución mediante la cual los individuos se dividen las tareas para hacerlas de la forma más productiva posible. Este fenómeno permitió que las personas se especializaran, desarrollaran nuevas técnicas y herramientas, lograran reducir los costos, y, por lo tanto, aumentaran la productividad y la riqueza.
Y esa riqueza lograba florecer sólo en los lugares donde los individuos tuvieran la libertad para comerciar y perseguir sus propios intereses. El famoso concepto de “la Mano Invisible” deriva del entendimiento de Smith de algo tan esencial y básico (que aún hoy nos dignamos a cuestionar) cómo lo son los incentivos. La producción de determinado bien y/o servicio surge a partir de un INTERES en acumular capital, y la decisión de CUÁL será ese bien y/o servicio surge a partir de la correcta interpretación de la DEMANDA. Las casas, autos o celulares se producen en el mercado porque son bienes que los individuos demandamos para SATISFACER nuestras necesidades. Aquel productor que logre ofertar la mejor casa, auto o celular a un mejor precio será aquel que mayor cantidad de capital acumule. Y eso está perfecto que así suceda, porque esa persona es la que mejor logra satisfacer las necesidades del prójimo. “No es por la benevolencia del carnicero, del cervecero y del panadero que podemos contar con nuestra cena, sino por su propio interés”.
De esta manera, Smith nos demuestra que el mercado no es otra cosa que el lugar donde los individuos intercambiamos voluntariamente bienes y servicios guiados por nuestros propios intereses y necesidades, los cuales son individuales y cambiantes. Esto ayuda a entender por qué la economía no puede ni debe ser controlada en ninguna circunstancia, ya que nadie puede saber más de nosotros que nosotros mismos. Ni Marx, ni Keynes, ni ningún economista que crea que el mercado se puede CONTROLAR desde arriba, sabe cuáles son nuestros gustos, nuestras necesidades, nuestras preferencias, ni nuestros incentivos. Nadie tiene la información para saber qué, cuánto, dónde y cómo producir. El mercado no es una maqueta que se pueda manipular, sino que es un PROCESO DINÁMICO en el que participamos todos los individuos.
2) Comercio exterior, prohibiciones y mercantilismo:
“Con tal de exportar para aumentar la balanza comercial el Estado subsidia con prima negocios que tienen pérdidas o costos mayores a los ingresos, lo que desvía y destruye mucho capital”.
El escocés hace un análisis de los sistemas económicos predominantes del momento. La tradición mercantilista mantenía la creencia de que el país más rico era el que acumulaba más metales preciosos, por lo que se incentivaba a exportar todo lo posible e importar lo menos posible. Esta convicción llevó a muchas naciones, como España y Portugal, a destinar un enorme gasto en el saqueo de las minas de América Latina, y a muchos otros a aumentar los aranceles para “proteger la industria nacional”. Frente a esto, Smith explicó los enormes daños que estas medidas estaban causando.
El aumento en la cantidad de metal y la expansión de la industria y la agricultura en Europa son acontecimientos que coincidieron en el tiempo, pero que tienen causas muy diversas. Aquellos países que priorizaron el aumento de la cantidad de metal en detrimento del comercio solo lograron reducir el valor de los metales (debido al enorme aumento en su oferta) y de su renta anual. “El aumento en la cantidad de oro y plata no es la causa de la prosperidad, sino su efecto”. Ni España, ni Portugal, ni ningún país feudal o carente de comercio lograron expandir su industria, agricultura o riqueza luego del descubrimiento de América.
Lo mismo fue para las restricciones del comercio exterior. Smith entendió a la perfección como la ampliación de los aranceles solo concedía monopolios en la industria nacional, lo que aumentaba los precios y la pobreza, y destruía la competencia, y por lo tanto los incentivos de mejorar la producción. “Si un país extranjero nos puede suministrar una mercancía a un precio menor que el que nos costaría fabricarla, será mejor comprársela con el producto de nuestro trabajo. Si la mercancía puede ser adquirida en el exterior más barata que si se produjera en el país, podría ser comprada con una parte menor del capital. Esto (los aranceles) desplaza la actividad nacional desde un empleo más a uno menos ventajoso, y el valor del producto anual del país, en lugar de aumentar, disminuirá con cualquier intervención”.
3) Su moral y visión del gobierno
La profesión de Adam Smith no era la de economista (no existía entonces), sino que era, entre otras cosas, profesor de filosofía moral. Sus 12 años en la universidad de Glasgow, descritos por él como “el período más útil y por lo tanto el más feliz y honorable de mi vida”, lo llevaron a escribir su “Teoría de los sentimientos morales”, obra que consideraba como la mejor de su producción. Y en la riqueza de las naciones se pueden leer muchas líneas sobre el tema.
Smith es conocido hoy en día como el primer filósofo del liberalismo económico y del capitalismo. Y él defendió con tanta erudición esta visión, no solo por su utilidad en la creación de riqueza, sino como un sistema moral de cooperación que correspondía con la naturaleza del ser humano en su conjunto. Sus estudios y análisis lo llevaron a la conclusión de que una sociedad libre, tolerante y mercantil era aquella que conseguiría la mayor prosperidad. “El comercio y la industria establecieron el orden y el buen gobierno, y con ellos la libertad y seguridad de los individuos”.
Este pensamiento lo llevó a criticar la esclavitud y el sistema feudal. ““La experiencia de todos los tiempos y naciones demuestra que el trabajo de los esclavos, aunque parece costar solo la manutención, es en última instancia el más caro de todos. Una persona que no puede adquirir propiedad alguna no puede tener otro interés que comer el máximo posible y trabajar el mínimo. Es solo mediante la violencia, y nunca por su propio interés, que extraer de esa persona un esfuerzo superior al suficiente para comprar su propia manutención”. Lo llevó a defender un gobierno limitado, al que le atribuía solo 3 funciones: Defender a la sociedad de otras naciones, de sus propios miembros, y la realización de algunas obras públicas. E inclusive abogar por la libertad de las colonias inglesas, siendo británico.
La vasta obra del pensador escocés es de un valor superlativo. La escuela clásica y los fisiócratas franceses fueron los padres de todo el pensamiento económico que conocemos. Desde la escuela liberal francesa hasta la austríaca, pasando por la neoclásica, la de Chicago, la monetarista, e inclusive los marxistas y keynesianos, todos le deben su aparición al legado de Adam Smith. Tras 232 años de su muerte, su obra y pensamiento siguen iluminando la oscuridad en la que estamos sumidos, y será el deber de todo liberal defenderla y transmitirla para que no nos sigan abrazando la tiranía y la barbarie.