Por Jaime Flórez *
La Internet nos trajo, como la mejor de sus virtudes, que cualquier persona puede publicar cualquier cosa. Sin embargo, por otro lado, el peor de sus defectos, que cualquier persona puede publicar cualquier cosa.

* Periodista y representante regional del gobernador del estado de la Florida.
En siglos recientes, la habilidad de los seres humanos para comunicarse entre sí ha alcanzado niveles impresionantes. Desde la invención de la imprenta por Gutenberg en Maguncia, la palabra escrita comenzó a distribuirse en proporciones nunca antes imaginadas y los libros, así como las publicaciones periódicas, que hasta entonces habían sido privilegio de unos pocos, pasaron a hacer parte del cotidiano de todos. La alfabetización llegó a ser una altísima prioridad del mundo civilizado que encontró en las letras impresas sobre papel la posibilidad de ampliar sin límites su horizonte de conocimientos.
Otros medios de comunicación llegaron en los siglos 19 y 20, entre ellos el telégrafo y posteriormente el teléfono. Marconi y Hertz descubrieron que no eran necesarios los alambres para poder comunicarnos y así nacieron las comunicaciones por radio. La radio sirvió al presidente Roosevelt de los Estados Unidos para tranquilizar a su pueblo en los aciagos años de finales de la década de los 30 y comienzos de la de los 40, mientras ese instrumento le sirvió a Hitler para crear caos y generar violencia en Alemania.
Llegó la televisión y con ella nuevos cambios en las costumbres familiares y el pronóstico de los pesimistas en el sentido de que el nuevo medio desplazaría a la radio, que a su vez debía desplazar a los periódicos, y al cine, porque ya no iba a ser necesario ir a un teatro para ver lo que podíamos ver en una caja de madera dentro de nuestra propia casa.
En realidad, nadie desplazó a nadie, pero se produjo un cambio evidente en nuestros mecanismos para informarnos y entretenernos. A través de CBS, ABC o NBC, los norteamericanos vieron la llegada del hombre a la luna, los nocauts de Cassius Clay, las contorsiones de las caderas de Elvis Presley.
El cable trajo un sinfín de nuevos miembros a la lista de nuestras fuentes cotidianas de información y entretenimiento. Pero no fue hasta la llegada de la Internet, ese prodigio casi milagroso que permite que todos los computadores, o casi todos los del mundo, grandes y pequeños, estén conectados entre sí. Cualquier persona, en cualquier lugar del mundo, puede leer los textos, ver las imágenes y escuchar los sonidos que estén guardados en la memoria de los computadores del planeta.
La Internet nos trajo, como la mejor de sus virtudes, que cualquier persona puede publicar cualquier cosa. Sin embargo, por otro lado, el peor de sus defectos, que cualquier persona puede publicar cualquier cosa. Veamos bien, hace apenas un par de décadas, si uno quería hacer de conocimiento público un mensaje –de cualquier tipo- tenía que buscarse un medio de comunicaciones que se lo publicara. Eran los medios convencionales, la prensa escrita, la radio y la televisión, básicamente. Y esos medios tenían controles de calidad, esquemas corporativos, salas de redacción, editores y directores.
Los medios de ese entonces, la mayoría por lo menos, se preocupaban obviamente por su audiencia o su circulación, es decir, la cantidad de gente que los leía, veía o escuchaba, pero se preocupaban también, y mucho, por su credibilidad.
Traigo todo esto a colación, porque me preocupa la manera como las redes sociales están contribuyendo a la atomización de los medios de comunicación, que dejaron de ser masivos y se convirtieron en casi personales. Y lo que es peor, que es la invasión de la trivialización, que cada día se apodera más de las tales redes sociales. Recuerdo que el lema del New York Times era “All the News that’s Fit to Print”, que de alguna manera podría traducirse como todas las noticias que vale la pena publicar. Contrasta con todo lo que vemos a diario en las redes.
Cuando expongo estos puntos de vista, algunos colegas argumentan, con cierta razón, que esas piezas que yo considero vacías e irrelevantes, son vistas por miles y a veces millones de personas. Y ¿qué importa?… Lo importante no es que te lean, lo importante es que el mensaje que transmites pueda contribuir a hacer mejor el día de quién te lee.
Yo pertenezco a la generación de los medios convencionales. No desprecio ni las nuevas tendencias ni las nuevas tecnologías, pero creo que aún tienen mucha vida por delante las publicaciones impresas y los medios electrónicos tradicionales, como la revista que usted tiene en sus manos, porque la calidad, la originalidad, la variedad y la profundidad de su contenido son simplemente irremplazables.