Por Jaime Flórez, periodista y director de Comunicaciones Departamento de Regulación Profesional y de Negocios del Estado de la Florida.
Tenemos que lograr que Colombia sea más de todos, más para todos, un país que dé y reciba, donde podamos invertir nuestros recursos, nuestro talento y nuestro esfuerzo.
No hubiera querido, por nada del mundo, ser de otra parte. Entre los millones de cosas que tengo para agradecerle a Dios todos los días, un lugar importante lo ocupa el hecho de ser colombiano. En la sangre me vinieron inoculadas una serie de virtudes, y evidentemente unos cuantos defectos también. Pero como esta columna es para hablar de las cosas que nos enorgullecen, dejemos que de los defectos se encarguen los envidiosos. Nosotros nos vamos a limitar a las virtudes, y una de las más importantes es una habilidad especial para expresar nuestros sentimientos con la más absoluta claridad. La mayoría de los colombianos que conozco proyectan lo que sienten como una película en alta definición, uno puede saber lo que están pensando con apenas mirarlos a los ojos.
Habilidad colombiana
No conozco gente más habilidosa que la colombiana. Las colombianas, además de ser hermosas, cocinan, lavan, planchan y cosen como diosas, y no porque lo hagan, dejan de ser exitosas profesionales y mujeres de negocios. Muchos empresarios colombianos de gran reconocimiento, son capaces de cambiarle la bomba de agua al carro, reparar la lavadora de platos o cambiar las válvulas de agua del lavamanos, sin necesidad muchas veces de recurrir a manuales de instrucciones o nada parecido.
Por eso se defienden, emprenden, corren y triunfan en los negocios más variados y en las actividades más insólitas. Una vez, en una visita a Israel, cuando íbamos camino del Mar Rojo, en la encrucijada de la carretera que al norte lleva a Nazaret y al sur hacia Masada, en un paraje cunicularmente soleado, un hombre trajeado de beduino alquilaba camellos a los turistas para que se tomaran fotos. Nos bajamos, naturalmente, y aproximamos al ciudadano para preguntarle cuánto cobraba por el servicio y cuál fue nuestro asombro cuando descubrimos que era antioqueño.
Debía sentirse allí como pez en el agua, porque los antioqueños, que son colombianos dos veces, parecen haber sido diseñados para enfrentar la adversidad a como dé lugar. Todos los colombianos conocemos las historias de los famosos arrieros que enfrentaban a diario los más inclementes precipicios de la caprichosa topografía de su tierra, para hacer llegar la mercancía a donde la estaban esperando. Los costeños, que no por enfrentar menos desafíos, somos menos colombianos ni merecemos menos reconocimiento, aprendemos desde niños a amar el entorno que Dios nos dio. Son mis paisanos los que reciben a los turistas que nos visitan en Cartagena, Santa Marta y San Andrés, y es gracias a las impresiones que dejan grabadas en sus memorias, que muchos se van con la esperanza de volver pronto y otros deciden quedarse para siempre. Y lo mismo se repite en el Valle del Cauca, en el sur del país, en los llanos orientales y en la selva amazónica. Porque Colombia son varios países que se pusieron de acuerdo para ser uno solo y mejor.
Superar las diferencias
Los colombianos vamos a lograr -ojalá más temprano que tarde- poner fin a nuestras diferencias y emprender juntos la tarea de construir juntos un país mejor para nuestros hijos y nietos. Materia prima no nos falta para edificar un país donde todos podamos disfrutar en paz los hermosos paisajes y la amabilidad de la gente del eje cafetero, donde podamos, como dice el anuncio publicitario “tomarnos un tinto y ser amigos,” porque en Colombia tomarse un café, un tinto como le decimos nosotros, significa compartir amistad y buenos deseos.
Tenemos que lograr que Colombia sea más de todos, más para todos, un país que dé y reciba, donde podamos invertir nuestros recursos, nuestro talento y nuestro esfuerzo, sacando adelante emprendimientos que redunden en una mejor calidad de vida para todos, para que los ricos sean más ricos en paz y tranquilidad y los pobres menos pobres viendo satisfechas sus necesidades básicas y más claras sus esperanzas de una vida más llena.
Talento no nos falta, ganas tampoco, lo que necesitamos es voluntad para hacerlo y una chispa que nos ponga de acuerdo y nos organice en el propósito. Para ello los colombianos que vivimos más allá de las fronteras patrias somos indispensables y podemos marcar la diferencia.