Miami, lunes 20 de diciembre de 2021 (Por Lautaro Bonino). Luego de varias décadas desde la caída del muro de Berlín, el mundo ha vuelto a encontrarse envuelto entre dos superpotencias enfrentadas. Desde el inicio del nuevo milenio, EE. UU. y China avanzan en una nueva carrera por el dominio global con ciertos parecidos a los vividos durante la guerra fría, pero con muchas más diferencias.
Cuando la segunda guerra mundial finalizó, EE. UU. y la Unión Soviética comenzaron una disputa por el dominio político e ideológico, rodeado por una carrera armamentística que dividió al mundo en dos bloques muy diferentes. Alexandra Sitenko, analista internacional y doctora en estudios globales, afirma: “El mundo ha cambiado bastante, nos encontramos en un mundo multipolar y no bipolar. Hoy, la rivalidad entre EE. UU. y China es esencialmente económica y tecnológica”.
Durante los últimos veinte años, el control que ejercía la casa blanca se ha ido debilitando de la mano de un enorme crecimiento por parte de su rival asiático. Ya en el 2001, China ingresó en la Organización Mundial del Comercio, lo que elevó sus niveles de inversión, empleo y producción a tal punto que el país rojo pasó a convertirse en la fábrica del mundo. Al mismo tiempo, EE. UU. se adentraba en dos décadas de guerra luego de los atentados terroristas del 11 de septiembre de 2001. En 2008, los JJOO de Pekín reafirmaban la creciente influencia de China, mientras que del otro lado del globo se producía la quiebra de la compañía Lehman Brothers, que agudizó la peor crisis financiera desde la gran depresión.
Las relaciones que tenían EE. UU. y la Unión soviética tenían características muy distintas a las que hoy tienen USA y China. Durante la Guerra Fría, los dos bloques se encontraban realmente divididos. Ninguna estaba tan interconectada financiera y productivamente como lo están ahora las dos mayores economías del mundo. Tres años después de la crisis financiera, China había más que duplicado su tenencia de deuda estadounidense. Logró superar el billón de dólares para convertirse en el mayor prestamista extranjero de Washington. China es el mayor exportador del mundo y Estados Unidos es el mayor importador del mundo.
“Para mí, eso significa que esta guerra va a durar al menos tanto como aquella o más incluso. Sé que no es una perspectiva muy bonita, pero es lo que veo”, señala Gary Hufbauer, experto del Instituto Peterson de Economía Internacional.
Con la llegada de Donald Trump a la casa blanca y con el crecimiento del poder del líder asiático, Xi Jinping, las relaciones entre ambos países continuaron deteriorándose en su lucha por el dominio. Y la pandemia de covid-19 ha sacado de nuevo a la luz las tensiones basadas en una enorme desconfianza mutua de raíces históricas e ideológicas y que las recriminaciones en torno al origen y la gestión del virus han puesto de nuevo en el primer plano. La rivalidad se vuelve cada vez más sistémica y se extiende a todo tipo de áreas.
El predominio de China en el mundo está creciendo a pasos agigantados. El proyecto de la nueva Ruta de la Seda está logrando ampliar sus influencias, no solo económicas, sino también políticas. Las multimillonarias inversiones en Europa, Asia, África y América Latina están ayudando a múltiples países en vía de desarrollo sin importar sus casos de corrupción, sus crisis económicas, sus historiales en derechos humanos etc. Nadege Rollande, antigua miembro del ministerio de defensa francés como experta en China, afirma, “lo que China dice es: Miren, a nosotros nos ha funcionado este sistema, no tienen por qué elegir una democracia liberal, pueden ser como nosotros y pueden progresar”.
Sin embargo, los problemas llegan cuando uno observa cuál es el accionar político de China y hasta donde está dispuesto a llegar. Lejos de avanzar hacia una apertura democrática, Xi Jinping ha reforzado el autoritarismo político mientras busca mantenerse en el poder y terminar con la tradición máxima de dos mandatos. El auge del militarismo chino acecha a todas las regiones del mundo, pero más aquellas zonas que rodean al país asiático.
Hong Kong es el caso más emblemático. A mediados del 2020, la Asamblea Popular China aprobó un proyecto de ley de seguridad que criminaliza la disidencia contra Beijing en el territorio hongkonés. La antigua colonia británica, que debería mantenerse autónoma hasta 2047, es un ejemplo perfecto de lo que el autoritarismo es capaz de hacer. La libertad de Hong Kong parece esfumarse con el correr del tiempo.
Otro caso emblemático es el de Taiwán. El país insular de la isla de Formosa es el actual blanco del imperio rojo. En las elecciones de enero de 2020, el gobierno taiwanés detuvo a dos ejecutivos chinos acusados de estar infiltrados e intentar modificar los resultados. En los últimos meses, Pekín ha intensificado la presión utilizando aviones y barcos militares. Luego de las incursiones de estos aviones chinos en la zona de identificación de defensa aérea de la isla, el ministerio taiwanés de Defensa advirtió en octubre que las tensiones militares con China están en el nivel más alto en cuatro décadas.