Miami, 2 de septiembre de 2013. Fue uno de los discursos más memorables del siglo XX; cuando hace 50 años, a finales de agosto, el líder negro Martin Luther King proclamó en Washington su sueño: “ que mis cuatro niños pequeños vivirán un día en una nación donde no se les juzgará por el color de su piel sino por el contenido de su carácter.”
Posiblemente no imaginó que se realizaría en vida de sus hijos. ¿Pudo haber una evidencia más contundente de que el color había quedado atrás a la hora de juzgar los individuos, que el pueblo norteamericano, mayoritariamente blanco, haya elegido a un negro como su presidente?
Blancos y negros
Algunos, sin embargo, afirman que el sueño de King está incompleto al advertir que aun cuando se ha conquistado la total igualdad legal, persiste la desigualdad social entre blancos y negros. Entre el año 2000 y el 2011 el ingreso medio de los negros bajó de 64 a 58% con respecto al de los blancos. El hecho es indiscutible. Lo que produce controversia es su interpretación.
La culpa es del sistema
Para muchos, incluyendo a Obama, la culpa es del sistema. En su discurso conmemorando a King culpó a la tecnología y la globalización, por trasladar muchos empleos a otros países, así como a grupos de interés, por resistir los esfuerzos por aumentar el salario mínimo y el gasto social público. La solución reside entonces en el estado: legislar salarios más altos y aumentar los impuestos para mejorar la salud, educación, vivienda y nutrición, de los pobres.
Son pocos los intelectuales, periodistas, e incluso clérigos
Es una visión muy seductora. Encanta a muchos políticos—pues les hace ver compasivos—sin tocar sus carteras—y les produce votos, con el expediente sencillo de quitarle a los que tienen más. Encanta también a los pobres, pues carga toda la responsabilidad de sus problemas en los ricos. Es, quizás, uno de los dogmas más influyentes del mundo moderno y uno particularmente popular en Latinoamérica. Son pocos los intelectuales, periodistas, e incluso clérigos, que no creen que sus problemas sociales sean causados por “el sistema” y que la acción del estado sea la clave para resolverlos.
Lo malo con esta visión es que es incompleta y simplificadora. El sistema y el estado ejercen una influencia tremenda que no hay que subestimar. Pero hay otros factores, que desgraciadamente tienden a quedar fuera del radar, y que también son poderosos. Lo ilustra precisamente el caso de la pobreza del negro norteamericano. Su causa principal no es ninguna de las menciona Obama. Lo que condena a gran parte de la niñez y población negra a la pobreza, el fracaso académico, y la propensión a la criminalidad, es la desintegración familiar.
Padres desempleados
La conexión entre pobreza y hogares rotos está ampliamente documentada. Los niños que viven con su padre y madre casados tienen 8.8 veces menos probabilidades de ser pobres que aquellos que viven solamente con su madre. Mientras el porcentaje de pobres en los primeros es del 5.3%, en los segundos es 47.1. David Blankenhorn, en “Fatherless America,” (1995), encontró que a partir de 1986 el grueso de la pobreza ya no es atribuible a padres desempleados o con salarios bajos, sino a la ausencia del padre en el hogar. El problema con la población negra es que en 1960 el 25% de sus niños nacían fuera de matrimonio y hoy lo hacen el 72%.
La buena familia lo es más
Una verdadera tragedia causada por falta de valores y conductas adecuadas. De haberla anticipado, Martin Luther King quizás hubiese soñado con una generación de padres negros cuya mayor prioridad fuese el bienestar de sus hijos y sus familias. El buen estado es importante. La buena familia lo es más.
Por: Humberto Belli Pereira