Miami, 1 de octubre de 2013. A los seres humanos nos cuesta mucho trabajo asumir nuestros propios errores. La mayoría de las veces, adjudicamos alguna circunstancia adversa al destino, la mala suerte, el tiempo e incluso, a otras personas y sin embargo, no siempre es así.
Si cada uno de nosotros analizara a profundidad esos momentos en que los que fallamos, dejamos de hacer las cosas o las hacemos incompletas, nos olvidamos de algún pendiente o llegamos tarde a una cita, por mencionar algunos ejemplos, podríamos descubrir que se trata de formas en las que autosaboteamos nuestro trabajo.
El autosabotaje laboral
El autosabotaje laboral no es otra cosa que aquellas actitudes conscientes o inconscientes con las que obstaculizamos nuestro crecimiento profesional y generalmente surge del temor de enfrentarnos a una situación desconocida (responsabilidades, éxito, fracaso, frustración), del desconocimiento de nuestros verdaderos intereses, de la falta de motivación por aquello a lo que nos dedicamos, de cumplir con las expectativas que otros tienen sobre nosotros o, en el peor de los casos, de demostrar nuestras verdaderas capacidades.
Usualmente, no somos conscientes de esos comportamientos que frenan nuestro crecimiento y por ello te decimos cuáles son algunas de las formas de autosabotaje más frecuentes que cometemos en nuestra vida laboral:
#1. Dejar las cosas a medias
Quizá esta sea la forma más común de autosabotaje entre profesionales. Empezar algún proyecto con mucho ímpetu y abandonarlo a mitad del camino sin explicación alguna. ¿Por qué ocurre esto? Simple: porque mientras no concluyas la tarea que iniciaste no debes tampoco enfrentarte a los resultados cualesquiera que sean. No tienes que enfrentarte al fracaso en ningún momento y tampoco a la posibilidad de cometer algún error. El problema es que tampoco tendrás la oportunidad de tener éxito
#2. Dejar todo para después
Esta es una manera frecuente de no enfrentarnos al resultado final. Si bien tenemos el tiempo suficiente para dedicarnos a una tarea, solemos posponerla lo más posible y dejar todo a último minuto. Generalmente es un síntoma de la falta de motivación o del poco gusto que sentimos por llevar a cabo una actividad de modo que mientras demoramos nuestro proyecto, le dedicamos tiempo a otras tareas menos importantes en las que nos refugiamos de la indiferencia.
#3. Perfeccionismo extremo
Es la excusa perfecta para no realizar algo: “si no queda perfecto, mejor no se hace”. Así, mientras el tiempo corre invertimos horas y horas en revisiones inútiles buscando hasta el más mínimo detalle para demorar la entrega. No es un perfeccionismo legítimo sino un pretexto para refugiarnos de no cumplir con las expectativas de otros o no demostrar nuestra fala de competencia. La realidad es que sólo de los errores puede obtenerse un aprendizaje y de nada vale escudarnos en los extremos para evadir nuestras responsabilidades.
#4. Pretextos
Aquí caben un sinfín de excusas para las que parece que nos hemos preparado mucho tiempo, “eso es para gente joven, se necesita de alguien más fuerte, ese es trabajo de perfiles más técnicos, me gustaría pero no tengo tiempo, si no tuviera hijos…”. Aunque sabes bien que no tienes un argumento sólido, recurres a cualquier pretexto con tal de esquivar una tarea a la que no estás seguro si puedes enfrentarte o bien, de cuyos resultados quieres escapar para no tener que fracasar. Las dos realidades contrastantes son que siempre encontrarás la manera de escabullirte de llevar a cabo una actividad pero también estarás huyendo de un aprendizaje que puede significar un gran crecimiento en tu carrera.
Si bien es cierto que estos comportamientos funcionan como escudos ante el fracaso, bien vale la pena preguntarse si el precio que pagas por no enfrentarte a las situaciones no es demasiado alto porque generalmente, asumir este tipo de actitudes lo único que provoca es que nos estanquemos laboralmente y pongamos freno en nuestro camino al éxito profesional.